Agradarse a si mismo….

El deseo propio de cada ser humano, independiente de la edad o el genero, es el de auto-satisfacer sus propios deseos. Somos egoístas por naturaleza y nuestros corazones siempre buscan la satisfacción del yo. Consideramos mi placer, mi hambre y mi sed como los fines supremos de nuestras vidas. Y aunque en algunos pudiese existir ciertos grado de filantropia, es decir la búsqueda del bienestar de mi vecino, no es menos cierto que el fin de cada ser humano es el de vivir para si mismo. Nacemos bajo esta premisa, la ley del auto bienestar por sobre todas las cosas, y caminamos hacia la tumba regidos por esta ley que no es otra cosa que uno de los resultados del pecado en el mundo. Cuando la serpiente le ofreció el fruto del árbol prohibido a Eva, no estaba sino ofreciéndole ser la reina de su corazón, desplazando así a su Creador del trono de su ser. Cuando Adán y Eva comieron del fruto lo hicieron buscando alcanzar la falsa promesa de la serpiente: «Seréis como dios»(Génesis 3:5). Años después cuando Cristo resumió la ley a los judíos en el mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» estaba proclamando precisamente lo que se perdió en Edén, que el trono del corazón humano no es el hombre mismo, sino de Dios su Creador. Y para entender como funciona esta verdad de forma real, tangible y práctica, es necesario contemplar a Jesús, el hombre perfecto. El apóstol Pablo escribió acerca de él en el libro de Romanos 15:3,

«Porque ni aún Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban cayeron sobre mí.»

La expresión «ni aún Cristo se agradó a sí mismo» es el resumen de una vida completa y absolutamente sometida a la voluntad de otro. Es una renuncia total a cualquier intención de autosatisfacer el Yo. En el caso de Cristo, es una entrega al corazón y los deseos del Padre. Cuando le dijo a sus padres terrenales: «¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?»  mientras estaba sentado en medio de los maestros de la Ley en Jerusalén, estaba anticipando lo que sería su vida en este mundo, vida que culminaría con la entrega voluntaria de si mismo para morir en el calvario. La expresión «ni aún se agrado a sí mismo» refleja una vida consagrada. «Mi comida es que haga la voluntad del que me envío, y que acabe su obra». dijo cuándo sus discípulos le insistieron en que tenía que comer, quizás sugiriendo que no debía pasar tanto tiempo hablando con otros. «Estamos preocupados por ti Maestro: ¡Rabí come!». ¡Cuánta enseñanza hay para nosotros en estas verdades preciosas! ¡Cómo debiese conmover nuestros corazones el pensar en Cristo y su sometimiento a la voluntad de su Padre! El nunca hizo algo que le desagradase. Nunca hizo algo que estuviese fuera de la voluntad del que le envío. Nunca hizo algo pensando en sus deseos, por que Él nunca busco agradarse a sí mismo. ¿Y que ahí de nosotros? debemos entonces preguntarnos. ¿A quién buscamos agradar? ¡Oh sin tan solo pudiésemos tener una pequeña parte del sentir de nuestro Señor! ¡Oh si solo pudiésemos sentir por un momento este deseo de sometimiento absoluto a la voluntad de Dios! No  hay duda alguna de que las cosas serían tan diferentes en la Obra de Dios en este mundo. Por que aún el creyente regenerado y con el Santo Espíritu de Dios morando dentro de él, tiene la tendencia a agradarse a sí mismo antes que a Dios. Por eso Pablo escribió que somos llamados a «no agradarnos a nosotros mismo»., sino a tener un mismo sentir según Cristo Jesús, «para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.» Este es el fin de la vida de creyente, así como lo fue también en la vida de Cristo, glorificar al Padre. ¿Por qué Cristo no se agrado a sí mismo? Por que su objetivo era agradar al  Padre. Él dijo: «…porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envío». ¿Y que ahí de nosotros el día de hoy? Ojala podamos decir que el rumbo de nuestras vidas esta encaminado por hacer la voluntad de Dios, y no la nuestra. Que el fin de nuestras vidas sea agradarle a Él y no agradarnos a nosotros mismos.

Jehová es mi Pastor – Considerando el Salmo 23

El Salmo 23 es quizás uno de los salmos más conocidos, queridos y apreciados de todos los que están escritos. Los niños de la Escuela Dominical lo aprenden de memoria a temprana edad y los adultos lo guardan en sus corazones para sacarlo a la luz en momentos de prueba y fragilidad. Este salmo ha sido refugio para el alma desconsolada y atormentada, alimento para el alma sedienta y hambrienta y un oasis para el cansado caminante. No hay duda alguna de que David lo escribió basándose en su propia experiencia como pastor de las ovejas de su padre, Isaí; sin embargo fue la propia experiencia de vida de David lo que lo llevó a describir su relación con Dios en la forma en como está presente en este salmo.  Al considerar cada uno de los salmos que escribió David, podemos concluir que él tenía una relación de intimidad y cercanía con Dios, y este salmo es un testimonio escrito de la fidelidad y la gracia del Señor en la vida de este hombre de Dios, así como en la vida de cada uno de los que somos sus hijos.

La figura del «pastor» para referirse a Dios no era extraña para el israelita devoto, pues en otros pasajes ya se hacia mención a Jehová como el Pastor de su pueblo (Génesis 49:24; Salmos 28:9, 77:20, 78:50, 79:13, 80:1, 95:7, 100:3; Isaías 40:11; Ezequiel 34; Miqueas 5:4, 7:14). No sabemos en cual momento de su vida David escribió este salmo, pero no sería descabellado pensar que lo escribió durante sus largas jornadas como pastor, donde con esmero y cuidado estuvo a cargo de las ovejitas de su padre. David conocía muy bien las tareas de un pastor. En primer lugar las ovejas lo eran todo. En 1 de Samuel 17:34 vemos como David declara como muchas veces tuvo que enfrentar a osos y leones para defender al rebaño. Ser pastor significaba una tremenda responsabilidad, en el mismo capitulo del libro de Samuel, pero en el verso 20, David declara que tuvo que dejar las ovejas al cuidado de un guarda. Si estabas a cargo de un rebaño no podías dejar tus ovejas tiradas para salir corriendo a comer, a algún matrimonio o incluso para ir a la guerra. Ser pastor requería por lo tanto compromiso, responsabilidad y valentía.

Como creyentes vemos en este pasaje a nuestro «Pastor», el Señor Jesús. Él dijo: «Yo soy el Buen Pastor» y sabemos que no hay pastor que tenga mayor cuidado para con nosotros que Él. En 1 de Pedro 2:25 se nos dice que eramos como ovejas descarriadas pero que ahora hemos vuelto al «Pastor y Obispo de nuestras almas». Nuestro Salvador es el Buen Pastor que dio su vida por nosotros en la cruz del calvario para librarnos de las garras de Satanás y de la muerte, que ahora nos ha traído a su rebaño donde podemos escuchar su voz, donde podemos seguirle confiando en que nada jamás podrá arrebatarnos de sus manos. (Juan 10:28)

El salmos 23 nos lleva por lo tanto a considerar de manera natural a nuestro Señor Jesús y cuales son sus cuidados para cono nosotros. A la declaración tremenda de «Jehová es mi pastor» le siguen seis cosas que hace este tremendo «Pastor» .

  1. El Pastor Provee: «…nada me faltará».
  2. El Pastor da descanso: «en lugares de delicados pastos me hará descansar. Junto a aguas de reposo me pastoreará.»
  3. El Pastor da confort: «…confortará mi alma.»
  4. El Pastor guía: «Me guiará por sendas de justicia por amor a su nombre.»
  5. El Pastor protege: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno.»
  6. El Pastor acompaña: «…porque tú estarás conmigo.»

En este salmo se nos declara por lo tanto los tiernos cuidados de Cristo para con los suyos. Podemos confiar en Él ahora y por la eternidad, pues de sus brazos jamás podremos ser arrebatados. Él nos conoce y es por esto que podemos descansar en su protección y en su guía.

Sin embargo solo aquellos que están en el redil pueden tener esta confianza y esta seguridad. Solo las ovejas de Cristo pueden decir con propiedad «Él es mi pastor». ¿Eres tú estimado lector una oveja del rebaño del Señor? En caso contrario eres una oveja descarriada, pérdida y sin rumbo con el peligro de ser devorada por un animal salvaje o caer a un acantilado, tal como la ovejita perdida de Lucas 15. La buena noticia es que Cristo, el Pastor de los Pastores, descendió del cielo a buscar a aquellos que perdidos, estaban en peligro de morir. El vino a este mundo a dar su vida como el Buen Pastor para tomar a las ovejas descarriadas y traerlas al rebaño, donde Él no solo es el Pastor, sino la Puerta del redil, por donde podemos entrar y hallar pastos para nuestro sustento ¿Eres tu de las ovejas de Cristo? Si no lo eres, vuélvete a Cristo en este momento y reconócele como tu Señor. Declárale tu pecado y tu insuficiencia para salvarte por tus propios medios y Él te pondrá sobre sus hombros y te traerá con delicadeza y cariño al redil, donde podrás decir con seguridad: «El Señor es mi Pastor».

Continuara…

La oración persistente

Lucas 1:5-24

Zacarías y Elisabet eran un matrimonio fiel al Señor. Ambos era justos delante de Dios, andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Su fidelidad era un ejemplo para todos los matrimonios más jóvenes, pues ellos ya eran de edad avanzada. La descendencia de ambos era del linaje sacerdotal lo que les permitía pertenecer a una clase privilegiada dentro del pueblo de Israel. De hecho Zacarías tenia ese año la responsabilidad de entrar en el santuario del templo a ofrecer el incienso. Sin embargo, a pesar de los tremendos privilegios que poseían y disfrutaban, existía una carga pesada en el corazón de ambos. No podían tener hijos pues Elisabet era estéril. Para peor, ambos ya eran viejos, por lo que las posibilidades ya parecían ser mínimas de engendrar. Sin embargo esto no disminuyó la confianza de ambos en Dios, y cuando Zacarías entró ese día al santuario sorpresivamente un ángel del Señor se le apareció. La reacción natural de él fue de temor y turbación. El ángel entonces le dijo: «Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.» Frente al temor de Zacarías, el ángel primeramente le tranquiliza. La reacción del sacerdote fue natural considerando que Dios había guardado silencio en 400 años y no había levantado profeta desde Malaquías, por lo que está era la primera revelación directa de Dios en muchos años.

Lo segundo que el ángel le dice es: «tu oración ha sido oída».  «¡Oh Zacarías!, Tu clamor ha sido oído en el cielo donde Dios ha escuchado y te ha concedido lo que deseas».  Que tremenda enseñanza tenemos aquí. ¡Nunca nos cansemos de orar, pues Dios nunca deja de escucharnos! No importa que la respuesta del cielo se demore en llegar pues la oración persistente que está en la voluntad del Señor siempre tendrá una respuesta. El apóstol Pablo exhortó a los colosenses diciéndoles «Perseverad en la oración» (Colosenses 4:2). La oración es por lo tanto una actividad que requiere perseverancia y constancia. La oración no es para aquellos que quieren todo rápido, como un niño pequeño que se impacienta por recibir sus regalos el día de su cumpleaños. La respuesta a la oración a veces puede demorar días, meses e incluso años. Piense en Zacarías, ¿Cuánto tiempo cree que oró por un hijo para él y su esposa? ….Yo creo que su oración fue una oración de años en silencio, compromiso y confianza en Dios. No desmayemos por lo tanto cuando se trate de orar, pues Dios a su tiempo siempre responderá, pues ciertamente ninguno de cuantos esperan en El serán confundidos. (Salmos 25:3)

Chile, Chile lindo….

Esta semana tuvimos en nuestro país la celebración de 203 años de independencia como nación libre, y quisiera aprovechar la ocasión para compartirles un par de pensamientos.

En primer lugar tiene que ver con el tremendo privilegio que tenemos en nuestro país de poder predicar el evangelio y congregarnos de manera libre. Esta libertad hoy en día es un verdadero regalo considerando la situación que viven creyentes en otras partes del  mundo, sobretodo en las naciones islámicas, donde muchos deben congregarse en secreto con el riesgo de ir a la cárcel e incluso dar sus vidas por el evangelio. Nosotros tenemos gracias a Dios la libertad para predicar la santa palabra de Dios sin temer este tipo de represalias. Esto debería llevarnos a cumplir el propósito de Dios entregado por medio del apóstol Pablo de orar por nuestros gobernantes para  que podamos seguir viviendo quieta y reposadamente, por que esto es bueno y agradable delante de nuestro Dios (1 Timoteo 2:1-3). Esta oración debiese ser constante, pero toma especial relevancia en este fecha donde la tradición republicana hace que sintamos un especial apego por nuestro país. Pero la oración incluye la petición por salvación para aquellos que están en eminencia, por lo que presidentes, ministros, senadores y diputados, gobernadores, intendentes y alcaldes debiesen el objeto de nuestras incesantes oraciones por salvación, independiente del color político que representen. Todo esto sin olvidar que nuestra patria no está aquí en la tierra, sino en los cielos. Somos ciudadanos celestiales que solo estamos de paso por este mundo, por lo que nuestros ojos debiesen estar puestos en la ciudad celestial de la cual un día seremos parte por la gracia del Señor.

El segundo pensamiento que ha venido a mi mente estos días tiene que ver con el hecho de que celebramos una fiesta de independencia. Sin embargo la realidad que vemos es que la gente no es libre, sino que todo lo contrario, es esclava del pecado, del alcohol, del desenfreno, la gula y la codicia. Las palabras de Cristo toman un eco especial y profundo: «Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36) Estimados, Nuestro País no es libre, sino que esclavo de Satanás. Celebramos la emancipación de un yugo de sometimiento extranjero, pero en nuestra esencia, seguimos siendo dominados por alguien más poderoso que nosotros. Pero Cristo vino a dar libertad, y por eso El exclamó hace más de 2.000 años atrás verdadera liberación: «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres». Hoy nuestro país celebra, pero nuestros compatriotas van rumbo al infierno producto de su esclavitud. Es necesario entonces orar para que el Señor nos utilice para proclamar la libertad gloriosa que solo Cristo puede ofrecer, para que podamos decir que Chile es verdaderamente libre por que sus habitantes han obedecido a la fe en Jesús y le han entregado su vida para servirle. Que no descansemos hasta ver este anhelo cumplido, que Chile pueda ser para Cristo, para la gloria de nuestro Dios.

Justificados pues por la fe….

El justo por la fe vivira

Bildad, uno de los amigos de Job, hizo la siguiente pregunta: «¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios?» (Job 25:4) Si consideramos que el libro de Job es uno de los más antiguos de las Escrituras, esta pregunta tienes muchos años de antigüedad, y sin embargo sigue plenamente vigente el día de hoy. ¿Cómo podrá el hombre justificarse con Dios?

Lo primero que tenemos que decir entonces es que el hombre necesita ser justificado, pues es un pecador culpable. No hay justo ni aún uno, dice Dios en su palabra. El veredicto es unánime y Dios, el juez justo de toda la tierra, ya ha visto las pruebas y ha declarado la sentencia. Judíos y gentiles, todos los seres humanos, nos encontramos bajo la misma situación, reos de muerte.

Aquí es donde entra en juego la justificación, que no es otra cosa que un término judicial que significa declarar inocente. Algunos podrían argumentar ser inocentes por haber hecho buenas obras, que es lo que podría decir un judío. «¡Yo tengo la ley»! ¡Yo practico la religión!», argumentos que en nuestro día podría presentar la gente religiosa.»¡Pero si yo no soy tan malo!¡Voy a la iglesia cada domingo!¡Doy diezmos de todo lo que gano!» Pero Dios declara de manera enfática: No es por obras. Nunca nadie podrá decir que fue declarado inocente por que fue bueno principalmente por dos cosas:

1. La primera es que nuestros pecados son lo suficientemente malos como para que nuestras buenas obras puedan compensarlos. Vivimos en una sociedad donde gradualmente el pecado se ha suavizado. Lentamente se ha perdido la noción de la verdadera gravedad que conlleva el pecado. Dios es infinitamente santo, y nuestros pecados son una bofetada a su santidad infinita. Como sus criaturas, el pecado es una puñalada al corazón de aquel que nos creó para su gloria. Es como el corazón de un padre roto por la rebeldía de su  hijo. Es como el esposo que sufre con la infidelidad de su esposa. Sin embargo no hay figura que pueda realmente explicar cómo el pecado afecta a Dios, y a pesar de que su Palabra dice claramente que Dios odia el pecado, ¡Cuan ligeramente somos capaces de hablar de este! No importa las buenas obras que podamos hacer, jamás podremos arreglar lo que hemos hecho, que es ofender la infinita santidad de Dios.

2. En segundo lugar, jamas nuestras buenas obras podrán declararnos inocentes, por que lo que Dios exige es perfección. Lea el Salmos 15 y vea lo que Dios pide como requisitos para estar en su presencia. «El que anda en integridad y justicia.» Integridad es perfección. Es una completa coherencia entre lo que decimos y hacemos. ¿Es esto verdad en nuestras vidas? «El que habla verdad en su corazón» ¿Usted nunca ha mentido? «El que no calumnia con su lengua, Ni hace mal a su prójimo.» Y así la lista sigue para que podamos darnos cuenta que Dios nos muestra en su palabra que su Ley no fue dada para que la podamos cumplir, sino para que pudiéramos darnos cuenta de nuestra imperfección y de nuestro total fracaso. Dios es perfecto, y nosotros somos todos los contrario, imperfectos. Pero la Ley fue dada al mismo tiempo para llevarnos a Cristo (Gálatas 3:24), así como una aya (niñera) lleva a un bebe a los brazos de su madre. Es cierto, la ley por medio de Moisés fue dada, ¡Pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo! (Juan 1:17)  Por lo que el propósito de la ley es revelar, pero también guiarnos a algo mejor, a Cristo.

La Justificación es por lo tanto imposible de alcanzar por medio de las obras – muchas veces  las llamamos buenas obras, pero a los ojos de Dios nuestras justicias son como trapos de inmundicia (Isaías 64:6). ¿Qué nos queda entonces?

Pablo dice: «Pero ahora, aparte de la ley ,se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos lo que creen en él.» (Romanos 3:21)

Pablo respondió la pregunta de Bildad de manera notable en el libro de Romanos cuando declara: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1)

Es la fe la única opción que nos permite ser declarados inocentes. Pero la justificación es un tremendo misterio, pues Dios nos declara inocentes, pero en realidad somos culpables. ¿No es una contradicción? Un juez humano puede cometer el error de dejar libre a un hombre culpable, pero Dios no es hombre para que pueda equivocarse.¿Cómo es posible entonces que El pueda declarar inocentes a hombres y mujeres que realmente son culpables? La respuesta es que Dios justifica pero también perdona.

«Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, 
y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree.» 

Hechos 13:38-39

Dios perdona al culpable y lo declara inocente. ¡Gloria a Dios por ello! , sin embargo, hay algo que nos falta en este hermoso cuadro, y es el cumplimiento de la justicia de Dios. Si mis pecados le han ofendido de manera tan terrible, ¿Qué sucede con el castigo? Imagine que yo me robó una bicicleta y la destruyo para terminar en la cárcel. El juez entonces viene y al verme se compadece dejándome libre para decirme: Nunca más lo haga. ¿Qué podemos decir de este Juez? Sin duda que es misericordioso. ¿Pero que pasó con la bicicleta? ¿No es acaso injusto que aquel a quien le robe la bicicleta no tenga la reposición de su pérdida? Este juez entonces es perdonador, pero no es justo.

En la justicia de Dios,  El perdona y justifica por medio de la fe en Cristo, quien fue el que sufrió el castigo, la pena por nuestros pecados. Dios es justo pues castigó el pecado en su Hijo Unigénito. ¡Que tremenda es la obra de la justificación! Por favor, detengámonos un momento en este profundo y tremendo pensamiento. En la cruz del calvario, Dios mostró su justicia al castigar a su Hijo. El apóstol Pablo lo expresa en Romanos cuando dice que Dios puso a su Hijo como: «propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» 

Como dice Martyn Lloyd Jones, la cruz es la vindicación de Dios, en el sentido de que Cristo al morir, cumplió la justicia de Dios al pagar por los pecados de todos los santos del antiguo testamento quienes fueron salvos por la fe en una obra futura. Dios paso por alto, es decir miraba la sangre de los corderitos sacrificados en el templo día tras días, y en su infinita sabiduría miraba hacia el calvario, lugar donde  el Cordero de Dios habría de morir. Cuando Dios salvó a Abraham, a Moisés, a David, a Isaías y a todos los santos de la antigüedad, estaba pensando en la muerte de su Hijo, por lo que cuando Cristo entregó su vida en la cruz, la justicia de Dios quedó cumplida. ¡Dios salvó y perdonó y su justicia quedó cumplida para siempre! ¡Gloria a Dios por la Eternidad y gloria a su eterno Hijo quien murió para salvarnos de la condenación!

Dios ahora puede justificar al pecador que se declara culpable y se apropia por la fe del sacrificio de Cristo. No hay lugar para las obras, el hombre es declarado inocente y es perdonado únicamente por la fe en Jesús. ¿Eres tu salvo? ¿Has sido tu justificado por medio de la fe en Cristo? Acude a la cruz lugar donde el inocente pagó por ti, el culpable; y pon tu fe en Jesús, el autor y consumador de la fe.

Y para nosotros los creyentes, ¡Que tremenda seguridad hay en Cristo! ¡Salvos por siempre! es nuestra certeza pues Dios nos ha declarado inocentes por la obra de su Hijo.

¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.

                                                                                                             Romanos 8:33

«…Abraham, el cual es padre de todos nosotros».

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La Fe de Abraham como base de la Fe Salvadora. (II)

Ya vimos que la fe que depositó Abraham en Dios y sus promesas, es el prototipo de la fe que los creyentes hemos puesto en Dios y en su Hijo Jesucristo en el momento de nuestra conversión.

El apóstol Pablo usa el ejemplo de Abraham en Romanos capitulo 4 para enseñarnos que la justificación en ninguna manera es por medio de las obras, sino siempre por medio de la fe.  Después de presentar cada uno de los argumentos el apóstol llega a decir: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.» (Rom 3:28). Algunos podían contra-argumentar a Pablo y presentar el caso de la circuncisión de Abraham, sin embargo en el capitulo 4 deja claro que la circuncisión fue post-justificación, pues esta se encuentra en el capitulo 17 de Génesis, y la justificación por la fe se encuentra en el capitulo 15, siendo el verso clave el 6 que dice: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.»

El caso de Abraham debiese entonces ser la prueba irrefutable de que Dios no mira las obras de los hombre para proceder con la justificación, sino que mira su fe. En el caso de Abraham se trato de una fe completa y absoluta a las promesas de Dios, en primer lugar en relación a la herencia de la tierra y en segundo lugar en relación a la promesa de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo. Sin embargo notemos que la fe de Abraham fue acompañada de un altar y de un sacrificio. En el capitulo 12 verso 7 del Génesis, cuando Dios le muestra la tierra que habría de poseer por primera vez, se nos dice que Abraham edificó un altar a Jehová. El principio establecido por Dios mismo en el Edén cuando un animal inocente tuvo que morir para cubrir la desnudez de Adán y Eva, que continuó con Abel ofreciendo lo mejor de sus ovejas y que también entendió Noé cuando ofreció el holocausto a Jehová luego de salir del arca, es ahora entendido por Abraham. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados diría Dios años después, pues la base para la justificación es siempre  la fe junto al sacrificio. Dios justifica, pero también exige el castigo.

 

 

Es por esto que cuando el ser humano pone su fe en Dios para la salvación por el evangelio, también lo hace en base a un sacrificio y a sangre derramada. Romanos dice:

«siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 
a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre.» Romanos 3:23-24

La sangre de Cristo derramada de Cristo en la cruz es el sacrificio aceptable por medio del cual Dios justifica al hombre, no solo a nosotros, sino también a todos los hombres que han pisado la tierra y han puesto su fe en Dios, desde Adán hasta el centurión que creyó al pie de la cruz . El sacrificio de Cristo ha hecho posible que Dios, que en antaño pasó por alto los pecados pasados por su paciencia, ahora manifieste su justicia justificando a todos aquellos que somos de la fe de Jesús (Romanos 3:25-26)

Por lo tanto, el que un hombre quiera justificarse por medio de sus obras es como si le diera una bofetada al rostro de Dios y le dijera: «No necesito de tú intervención. No necesito que hayas enviado a tu Hijo amado a morir por mi en la cruz, pues yo puedo salvarme por mi propia cuenta».   En cambio todo aquel que viene por la fe humillado a Dios y acepta el precioso regalo de la justificación, esta diciendo: «Yo no puedo, pero Cristo sí. El murió y por eso puedo decir que soy perdonado. Pongo mi fe en Cristo y en su muerte en mi favor.»

Por eso se dice que Abraham es padre de los creyentes. Su fe es el prototipo de nuestra fe que nos ha llevado a ser declarados justos. Una fe que obedece; una fe que descansa segura en la obra de Cristo efectuada una vez y para siempre.

«…y salió sin saber a dónde iba.»

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La Fe de Abraham como base de la Fe Salvadora. (I)

En Génesis  11:27 se nos menciona en las Escrituras por primera vez a Abraham – o Abram como era conocido en un principio. ¿Quién es Abram? Si leemos hasta el verso 32 encontramos a un hombre de Ur de los caldeos, casado con una mujer llamada Sarai – que por cierto era estéril – hijo de un hombre llamado Taré, hermano de Nacor y de Harán – que murió antes que su padre – y tío de Lot, hijo de Nacor. ¿Por qué es importante Abram? El verso 1 del capitulo siguiente lo dice: «Pero Jehová había dicho a Abram». Este hombre es importante en primer lugar porque Dios le ha hablado y lo ha señalado como el portador de una herencia y una bendición que iba más allá de lo imaginable para él.

Cuando Dios llama a Abram, lo llama a una separación. Vete de tu tierra y de tu parentela. Deja a tus familiares. Deja a tus amigos. Deja a tu ciudad. Deja la comodidad de tu hogar y vete a la tierra que yo te mostrare. ¡Que tremendo llamado! Es como si Dios le hubiera dicho «¿Estás dispuesto a confiar plenamente en mí? Déjalo todo ¡ahora ya!»

Abram no recibió mayor revelación acerca de esta tierra, sino que simplemente recibió una promesa futura por parte de Dios. La promesa eso sí, era aún mayor, pues Dios también le dijo: «Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre y serás bendición.» Esto iba acompañado de una protección divina y una tremenda promesa de bendición para todas las familias de la tierra. En otras palabras Dios le estaba diciendo: «Abram, tu seras el canal por medio del cual bendeciré a toda la humanidad.»

Aquí podemos ver en primer lugar que Dios escoge según su soberanía a los instrumentos que El utiliza para el cumplimiento de sus propósitos divinos. Esto es muy importante si consideramos a Abram o Abraham, como el padre de los creyentes (Romanos 4:11) y el ejemplo de su justificación por la fe, como el modelo de la justificación de todos los creyentes de todas las épocas. La elección de Abraham fue una obra de Gracia Soberana, principio que sigue actuando aún en nuestros días en el sentido de que los salvados hemos sido «elegidos por la presciencia de Dios Padre» (1 Pedro 1:2).

En segundo lugar vemos que Dios justifica según la fe y no según las obras. Dios llamó a Abraham esperando que este le respondiera con fe. Dice el verso 4 del capitulo 12 de Génesis, «Y se fue, Abraham como Jehová le dijo.»  Más adelante, cuando Dios se le vuelve a aparecer para ratificar su pacto con él, y le pide que mire las estrellas y trate de contarlas (Gen 15:5-6) le dice: «Así será tu descendencia». Entonces dice las Escrituras que Abraham creyó a Jehová, «y le fue contado por justicia.» La fe es la base de la justificación y no las obras. Cuando Dios habla, El espera que le respondamos con fe. Esto mismo sucede en el evangelio, Dios ha hablado y ahora es el ser humano el responsable de responder a ese llamado, ya sea por medio de la fe en su Hijo Jesucristo, o por medio del rechazo a su palabra. Pablo habla en Romanos acerca de la «obediencia a la fe» (1:5), por lo que la pregunta pertinente sería: ¿Has sido tú obediente a la fe? ¿Has creído en el evangelio? Dios hablo a Abram, y este salió obediente a su palabra. Hebreos 11:8 dice: «Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba». Note la relación entre la palabra fe, llamado y obediencia. La fe verdadera que Dios exige, es una fe que escucha el llamado del evangelio para luego obedecerlo, y obedecer el evangelio es reconocer en Cristo al único medio de salvación para el hombre.

Es necesario por lo tanto poner nuestra fe en aquel que «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación», Cristo, el Unigénito Hijo de Dios.

(Continuará)

!!Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!

El día martes pasado partió a la presencia del Señor don David Jones Evans. Nuestro hermano luchó durante el último año con un cáncer del cual nunca pudo recuperarse. Sus años de servicio al Señor serán recordados por todos aquellos que le pudimos conocer o compartir con él, ya sea escuchándole en alguna conferencia, campaña o campamento, o simplemente conversando con él.

Su vida fue una vida consagrada a tiempo completo a Dios. Dejó su patria natal, Canadá, para establecerse en Chile el año 1959 junto con su esposa Evelyn, y vivió la mayor parte de su vida en San Felipe, ciudad donde estableció su centro de operaciones de su ministerio sirviendo al Señor a través de la predicación y la enseñanza, por medio de la imprenta de Palabras de Vida, a través de programas radiales y durante sus últimos años a través del Internet.

Foto de dn. David A. Jones en la revista ‘The Cross In The Southern Sky’ by R.E. Harlow-1967

Aquellos que pudieron compartir de manera más cercana con él, lo describieron como un hombre de oración y de estudio de la Biblia. Los que lo pudimos escuchar predicar desde el púlpito debemos dar fe de su profundo conocimiento de la Escrituras. Su última predicación en Chile la realizó en nuestra asamblea, y el tema del sermón fue la enseñanza de la Biblia, animándonos al estudio exhaustivo de esta y al cuidado que debemos poner en la doctrina. También fue un pastor, y su carisma, cariño y sincera preocupación por los creyentes, así lo demostraron.

El consuelo de su partida está presente, y sabemos que nuestro hermano ahora está en compañía de los santos en luz contemplando y disfrutando de la gloria de su Señor, descansando en los brazos de Cristo, su amado Salvador.

Pero el recuerdo de su obra debe ser un estimulo para los que seguimos aquí. La palabra de Dios dice: «Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.» Hebreos 13:7 El llamado hacia nosotros es ver la vida de don David Jones, así como la de otros siervos que ya nos han dejado, considerar su conducta, su testimonio y sus frutos, para luego imitar su fe.

Pero los que seguimos aquí también nos quedamos con el peso de la responsabilidad. Los siervos son llamados a la patria celestial, pero la obra debe proseguir, y los llamados a continuar con el legado de la fe, los responsables de continuar con el testimonio del evangelio, somos nosotros; hombres y mujeres que hemos crecido bajo el alero de la sana doctrina traída por nuestros hermanos, enseñanza que ha sido confirmada por el Señor a través de los años. Ellos ya han luchado la batalla, han llegado a la meta y han finalizado la carrera; ahora es nuestro turno de tomar de seguir con el trabajo. La pregunta es si estamos o no preparados. Y no es una pregunta fácil, pues la responsabilidad que conlleva el ser los continuadores del legado espiritual de nuestros hermanos es algo tremendo.¿Estamos preparados para asumir la responsabilidad?
Porque está el peligro de olvidar tal como sucedió con Israel. Después que entraron a la tierra prometida y luego de la muerte de Josué y todos sus contemporáneos, dice el libro de Jueces: «Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel.» (Jueces 2:10) La nueva generación de israelitas no conocían a Dios, ni las maravillas que había hecho por sus padres en el desierto. ¿Que sucedió entonces? «Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales.» (Jueces 2:11) ¡Se volvieron idolatras y dejaron de lado a Jehová! Es por esto es que tenemos que doblar nuestras rodillas y clamar al cielo pidiendo por sabiduría, amor por las almas y un espíritu de servicio para no perder el legado espiritual de nuestros hermanos que nos han precedido. Para que el evangelio siga prosperando en nuestra tierra y llegue a aquellos lugares donde todavía no llega, para que se siga plantando asambleas y para que Dios sea glorificado en medio de su pueblo.No debemos olvidar la herencia espiritual dejada por don David Jones, don Andres Stenhouse, don Juan Shaw, don Guillermo McBride, don Ricardo Hanna, don Aurelio Fredes, don Eliecer Parada y muchos otros siervos que aún siguen entre nosotros.

¡Matrimonios! ¡Jóvenes! !Ancianos! ¡Creyentes todos!¡Animémonos y consideremos nuestro llamado al servicio! ¡Que nuestro anhelo y meta sea convertir a Chile para Cristo! ¡Que nuestro deseo ferviente sea el aprovechar cada minuto de nuestras vidas para la gloria de nuestro Señor, hasta que El nos llame a su santa presencia!

 

«…en todo semejante a sus hermanos.»

El verso 35 de Juan capitulo 11 esconde quizás uno de los misterios más grandes acerca de la humanidad de Cristo. Esta corta expresión revela más que un simple sentimiento por parte del Señor hacía Lázaro y sus hermanas. Las lagrimas de Cristo son el resultado de un profundo sentido de estremecimiento que ocurrió en todo su ser. El verso 33 dice que Jesús se estremeció en espíritu y se conmovió. ¿Somos capaces de entender este misterio? Hay está el Creador del Universo entero, el Dador y Sustentador de la Vida….llorando, sufriendo, conmoviéndose. Pensemos en la escena de María saliendo al encuentro de su Maestro. ¡Que drama! ¡Que dolor! La mujer al ver a Cristo se postró a sus pies sin parar de decirle: «Señor! Señor! Si hubieses estado aquí mi hermano no habría muerto.» Todos nosotros hemos sido victimas del dolor en algún momento de nuestras vidas . Cada uno de nosotros ha sido participante de alguna tragedia personal o colectiva. Por lo tanto, todos, somos capaces de entender en alguna manera a María, llorando desconsolada a los pies del Señor, y a los judíos que la acompañaron en su dolor.

Sin embargo es importante mencionar que en el verso 33, tenemos una doble reacción de Cristo frente a la situación. La primera de ellas lamentablemente no es visible en nuestras traducciones Reina Valera 1960 de forma tan clara, pues la idea de «estremecerse en espíritu»  en el griego conlleva un énfasis de severidad, casi de ira. ¿Qué quiere decir esto? Lo más probable es que por un lado el Señor sintiera este enfado por las lagrimas hipócritas de los judíos que acompañaban a María. Seguramente la escena no solo entregaba llantos desconsolados sino también lamentos y gritos, pues la manera judía de considerar el duelo indicaba que cuanto mas incontrolado fuera el llanto, mayor era el honor que se entregaba al difunto.

Pero Juan también indica que Jesús se conmovió.  William Barclay traduce la expresión de la siguiente manera: «Dio escape a tal angustia de espíritu que hacía que todo su cuerpo se le conmocionara de temblores».  Los gemidos de Cristo, fueron gemidos del corazón. Esa profunda opresión ocasionada por el dolor de la muerte, del pecado, de la separación, de la tragedia del ser humano, hicieron que el Señor terminará llorando. Lagrimas emotivas que cayeron por el rostro del Salvador. ¡Con razón Isaías escribió acerca del Mesías «varón de dolores, experimentado en quebranto»! Cristo sufrió. Cristo lloró. Cristo se identificó con el dolor de María y de Marta y de los judíos que sinceramente sufrieron la partida de Lázaro.

Por lo tanto cada vez que estemos sufriendo recordemos esto , ¡Nuestro Señor también sufre con nosotros! El gran consuelo frente a nuestras pruebas es que no hay dolor, sufrimiento o tragedia que pueda afectar nuestro corazón que Cristo no haya experimentado.  El apóstol Pablo describe a Dios en 2 de Corintios como el Padre de toda consolación. La palabra consolador viene de la palabra griega paraclete que significa «aquel que se pone al lado para ayudar». Cuando Dios nos consuela, El se pone al lado nuestro, El sufre con nosotros y El llora con nosotros. ¡Oh que maravilla pensar que no estamos solos en el dolor! ¡Cristo también se compadece de nuestras aflicciones!

Philip Yancey en su libro: Cuando la vida duele. ¿Dónde está Dios cuando sufrimos? escribe: «El hecho de que Jesús haya venido a sufrir y morir, no elimina el dolor de nuestra vida. Tampoco nos garantiza que siempre vamos a sentir consuelo. Pero nos muestra  que Dios no se sienta aparte y nos observa sufriendo solos. Él se compenetra con el ser humano, por que en su vida terrenal, enfrentó más dolor que el que jamás llegaremos sentir la mayoría de nosotros. Al hacerlo, obtuvo una victoria que hará posible un mundo futuro sin sufrimiento.»

Quizás nos queden momentos de dolor y angustia aquí en este mundo. Pero mientras esperamos el día glorioso en que nuestro Dios elimine toda lagrima de nuestros ojos, donde ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, por que las primeras cosas pasaron (Apocalipsis 21:4); podemos sentir el consuelo de que no importa el dolor que tengamos que sufrir, nuestro Salvador ya lo sufrió y por lo tanto, podemos confiar en su bendito consuelo todos los días aquí en nuestra vida.

«Nuestro amigo Lázaro duerme, más voy para despertarle…»

Cuando Jesús se enteró de que su amigo Lázaro agonizaba, se quedó dos días más en el lugar esperando. Quizás alguien podría pensar que esta fue una actitud de indiferencia, pero una lectura detenida del relato nos revela que Cristo nunca dejo de tener el total control de la situación. Asi mismo, aún en medio de nuestras dificultades y pruebas, Él no deja de ser el Dios Creador y Sustentador de todo el Universo. Él nunca deja de tener el control de absolutamente todo lo que nos sucede. Nada puede tomar por sorpresas al Omnisciente, a Aquel que conoce todos nuestros caminos. Cada vez que sintamos desfallecer, no olvidemos esta tremenda verdad: El Tiene el control.

Incluso cuando pareciera que no hay respuesta, cuando la única respuesta a nuestras oraciones es el silencio, El sabe lo que hace. Sus propositos siempre se cumplirán a cabalidad y su tiempo de responder, será siempre el tiempo adecuado según lo que estime su voluntad. ¿Qué podemos hacer nosotros durante el tiempo de espera? Confiar en que El hace todo con un proposito. En el caso de Lazaro, Jesús le revela a sus discipulos el por que se quedó esperando dos días más antes de ir al socorro de sus amigos. «Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él.» (Juan 11:15) El proposito de la muerte de Lázaro era confirmar la fe de los discipulos. Pero si seguimos avanzando en el relato encontramos que también muchos de los judios terminaron creyendo en Cristo luego de la resurrección de Lázaro. Dice el verso 45. Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él. ¿Acaso no es cierto también que muchas de nuestras pruebas Dios las termina utilizando para que otros puedan acercarse a Él por la fe? Cuando el mundo observa la confianza inquebrantable del creyente en medio de las pruebas muchas veces tiende a preguntase: ¿Cómo es posible? ¿Cuál es su fe? He observado como partidas de creyentes de este mundo ha servido para que otros puedan escuchar el evangelio. He conocido como el testimonio de creyentes en medio de dificultades ha servido para que personas puedan asombrarse frente su constancia y terminen escuchando acerca de Cristo y su obra. Por lo tanto, aún nuestras pruebas son medios por los cuales podemos dar testimonio y por medio de las cuales Dios puede manifestarse en salvación.

Cuando Cristo le dice a sus discipulos: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la Gloria de Dios., estaba pensando en esto. En las almas que creerían en Él gracias a este milagro. Lázaro murió para darle Gloria a Dios y para que el Hijo de Dios fuese glorificado por ella.  Es dificil pensar que las pruebas que nos suceden, no se tratan acerca de nosotros, sino de la Gloria de Dios. Es dificil no exclamar al cielo diciendo: ¿Por que a mí Señor?, pero cuando Cristo dice que esta enfermedad es para la Gloria de Dios, esta enseñandonos precisamente que no se trata acerca de mí dolor o acerca de mi sufrimiento, es acerca de la Gloria de Él.

Esto puede parecer duro, pero cuando entendemos que la Gloria de Dios debiese ser todo para nosotros, cuando comprendemos que la Gloria de Dios también es nuestro deleite…la carga se hace menos pesada, el yugo se hace ligero, y entendemos finalmente que cuando Cristo actua para su Gloria, también está actuando para nuestro bienestar…(continuará)